No
recuerdo cuando fue la última vez pasé un día pensando solo en el presente,
disfrutando el momento sin pensar en el mañana. Oscilo entre lo que deje de
hacer ayer y lo que me gustaría hacer en el futuro.
La
misma rutina de siempre, la misma que hace que las semanas parezcan letanías. De lunes a viernes consiste en despertar rumiando en volver a dormir; ahora mi
cuerpo se cansa, lo siento cuando llego a casa y agotada caigo rendida en la
cama, lo noto cuando veo mis pies un poco hinchados y lo escucho cuando mi
estomago me pide más alimento del que solía consumir.
Los
días más largos son aquellos que puedo escuchar como gota que cae en el manso
estanque, el sonar de las manecillas del reloj. Últimamente son más frecuentes.
Como frecuente también es el despertar sabiendo instintivamente que hacer.
A veces me pregunto que caso tiene el trabajar para atesorar... Me mantengo ocupada para no querer pensar, infructuosamente.
He aprendido que la mente es más difícil de engañar que el cuerpo, pero; si te
repites constante y mentalmente las cosas, llega un momento que empiezas a
creer lo que te dices.
Ayer
dudaba en lo que quería, hoy me di cuenta que ya es Septiembre.