«Yo nunca atiendo mi celular cuando estoy
contigo y tu tienes al mismo tiempo tu lap, tablet y celular» Ese fue el primer
reclamo que me hizo, no con la entonación propia de un reclamo pero si con esa
estructura gramatical que conlleva el “nunca” y un comparativo en un mismo
enunciado, ergo reclamo.
Acto seguido apague todo, lo vi a los
ojos y le di un beso esperando su indulgencia. La cadencia del movimiento de
sus labios y el olor de su cuello me hizo olvidar por unos minutos que debía
(y remarco debía porque para mi es una imperiosa necesidad) hacer check in en
el café en donde estábamos, subir a Instagram las fotos de donde habíamos ido y
publicar en Facebook lo bien que la estaba pasando.
En ese instante comprendí que el motivo
de mi felicidad estaba ahí al lado, observando sigilosamente cada clic dado y
aunque sabia que debía dejar a un lado mis juguetes tecnológicos, en mi mente
el pendiente de no haber actualizado todas mis redes sociales me causaba
ansiedad.
Dicen que reconocer a un adicto es fácil
porque lo va a negar, en mi caso no es así; podré sobrevivir un día entero sin tomar
agua pero no sin conectarme a internet, la ironía del asunto es que son con las
mismas personas que convivo diariamente, entonces quizás, sea cuestión de
contacto humano.