Apurada
y bastante molesta llega una niña y dice:
– ¡¿Cómo
hago para tramitar una queja?! – Recargándose en el mostrador de la Oficina
Central del Cielo.
– Pues…
Depende de que asunto se trate – Respondió una voz grave que se aproximaba desde
el fondo del pasillo.
– Las
quejas sobre el autoestima personal están en el anaquel de la derecha y los
“Hubiera” en el de la izquierda – Señaló el oficinista ya al frente, disculpándose
por las pilas de boletas amontonadas.
– O bien, si lo que quieres es meramente llenar una reclamación porque no se te cumplió un deseo, solo tienes que decírmelo, si está dentro de mis
capacidades yo mismo te lo concederé – Continúo diciendo el encargado, mirando estremecido a
la pequeña.
– Pero…
No sé exactamente en que categoría entra la mía – Expresó la niña un poco
confundida.
– Yo
quiero poner una queja, pero como le explico... Mi queja es porque no me Amaron por igual, ¿Dónde la coloco? – Cuestionó apenada la pequeña.
– Mmm,
es que no hay una categoría para eso. ¡Nadie había venido con una demanda tan
tonta! – Respondió ironizando el oficinista al mismo instante que se arrepentía de haberle dicho
tonta a la petición de la niña.
– Pues
yo no considero tonto el hecho de que no me hayan Amado de manera recíproca, con la misma intensidad que yo lo hice. Más bien creo
que es muy triste y desalentador que esas cosas sucedan – Dijo la pequeña niña con voz entre cortada, entornando sus ojitos y llenándoseles
de lagrimas.
En
ese momento y al ver la reacción de la niña, el encargado se aproximó a ella y
situándose en cuclillas a su altura, le dijo:
– Disculpa
mi descortesía y levanta tu hermosa carita, no quise ser tan brusco al hablarte. Realmente lo siento pero tu queja no encaja en
ninguna sección de este departamento –
– Entonces ¿Qué significa eso? – Preguntó consternada la pequeña mientras se secaba las lagrimas de la mejilla.
– ¿No podré poner mi queja? ¿Me voy a quedar aquí quedar sin haberla solucionado? –
Volvió a exclamar la niña subiendo el volumen de su sollozante voz.
– Déjame
pensar… Quizás haya una solución después de todo – Contestó el oficinista mucho
más concentrado en el planteamiento del dilema.
– Mira,
ven, se me ocurre que puedes dejarla aquí, en esta bóveda. Catalogáremos tu
queja dentro del apartado de las tristezas. Por lo que denotas, me doy cuenta
que te produce gran melancolía dicho pesar – Expresó entusiasmado el encargado
mientras se aproximaba con la llave en mano.
– ¡Muchas
gracias!, pero ¿Por qué las tienen apartadas del resto? – Arremetió la niña mientras
intentaban abrir la gran puerta metálica que mantenía sellada la bóveda.
– Lo
que pasa es que son tantas y cada vez llegan más, que tenemos darle un espacio especial
para guardarlas y dependiendo del ritmo del trabajo irlas leyendo una a una.
Comprenderás que vienes de un mundo donde las personas viven cada día más en deprimidas
y en soledad – Argumentó el oficinista ya casi tirando de la chapa que no abría.
– Parece
que esta atascada – Comentó la pequeña niña.
– Por
lo visto se ha trabado de lo saturada que esta – Balbució el encargado entre
dientes y sudando del esfuerzo que seguía haciendo.
La
pequeña se quedó atónica, mirando fijamente la enorme puerta metálica que yacía frente ella y que no cedía por
ninguna razón. Después de un instante regreso al mostrador de la entrada y tomó
una hoja en blanco, comenzó a escribir rápidamente, casi como si las palabras se
le fueran del pensamiento. Se cercó al mismo hombre que para ese entonces ya había claudicado en su afán de abrir la bóveda
y le entregó el papel. Él, ya exhausto lo agarró y leyó con detenimiento…
“Por
favor, tumbe esas paredes si es necesario y pónganse a trabajar para que ya no haya más pesares
en la tierra… ¡Que mis lagrimas sean las últimas!”
– Es mi último Deseo – Concluyó resignada la niña, antes de salir de la dichosa oficina.