Un
año nuevo es esa patada en el trasero que necesitamos para poner en marcha propósitos,
fijarnos metas y porque no, hasta anhelar que nuestros sueños se hagan
realidad.
Para
algunos el impulso de esa patada es suficiente para seguir adelante, aterrizar
lo que hemos idealizado y crearnos proyectos de vida; para otros esa patada se
queda solo en un puntapié sin la fuerza necesaria, que se desvanece como se
desvanecen las ideas que carecen de brío.
Un
año nuevo representa ese mañana que hemos postergado y que comienza con una
nueva cuenta regresiva. Que se vive día a día, durante los cuales hay que
trabajar con perseverancia para materializar lo que queremos, para ver
convertirse en realidad lo que en un brindis lleno de algarabía concebimos en
nuestra mente…
Y
nuestra mente es el limite de lo que queremos. Soy de la fiel creyente que se
vale soñar magnánimamente, que nuestros esfuerzos deben ser en la medida de lo
que anhelamos.
¡Esfuerzo
y no amuletos, rituales o supersticiones! Bueno, cuando mucho me pondré unos
chones rojos y nada más.
Un
año nuevo es darnos unos minutos para reflexionar y darle gracias a la vida (o
al dios en el que crean) por sus dadivas a lo largo del año viejo. Es también,
ver lo que hemos dejado atrás, hacer un análisis de nuestras acciones, ver
frente al espejo más allá de nuestro reflejo y cuestionarnos en donde estamos
parados; porque antes de brincar hay que tomar impulso y se vale caerse,
sobarse las heridas y levantarse; se vale intentar, aspirar y desear con todo
el corazón puesto en ello.