Cada
vez que alguien me dice que tenga Fe en algo, me dan ganas de revirarle con un
soliloquio referente a ello, después pienso que solo me quieren alentar y me
guardo las palabras.
En
lo personal considero a la Fe® como un producto, por cierto, el más
imperceptible de todos los que podemos encontrar en el extenso mercado que nos
ofrecen allá afuera. Y como producto, se vende mediante diferentes estrategias
de mercadotecnia, se trata y a logrado con éxito hacerla una marca, de ponerle
la ® al final de la sílaba.
Una
pequeña palabra que abarca una infinidad de ámbitos. La Fe® en una ideología,
la Fe® en un artículo transnacional, la Fe® en la ciencia, la Fe® en tu equipo
de fútbol, la Fe® en las instituciones, la Fe® en un país…
Y la
más comercializada con la bandera de muchos embajadores, como quieran
llamarles: Buda, Cristo, Jehova, Yaveh, Alah, Shivá y el que me falte; la Fe®
en la religión. Que al final de cuentas nos venden lo mismo con diferentes
“slogans”, caras y logotipos.
Sin
embargo, en un mundo álgido, menesteroso, con la necesidad de creer en algo,
tal parece que la Fe® se ha convertido en una mercancía de gran demanda.
Pero
cuando la Fe® hace metástasis, sí, como un cáncer; se convierte en una
enfermedad llamada fanatismo, cuyos síntomas se manifiestan con insultos,
intolerancia, ignorancia, estampidos, guerras, agravios, calumnias y mentiras.
La
Fe®, ese consuelo y esperanza de muchos, aunque tormento y castigo otros
tantos. Ojalá sus consecuencias fueran tan invisibles como la necesidad que la
origina.
Habrá
que tener Fe® en que así sea.
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