sábado, 23 de febrero de 2013

Que mis lagrimas sean las últimas

Apurada y bastante molesta llega una niña y dice:

– ¡¿Cómo hago para tramitar una queja?! – Recargándose en el mostrador de la Oficina Central del Cielo.

– Pues… Depende de que asunto se trate – Respondió una voz grave que se aproximaba desde el fondo del pasillo.

– Las quejas sobre el autoestima personal están en el anaquel de la derecha y los “Hubiera” en el de la izquierda – Señaló el oficinista ya al frente, disculpándose por las pilas de boletas amontonadas.

– O bien, si lo que quieres es meramente llenar una reclamación porque no se te cumplió un deseo, solo tienes que decírmelo, si está dentro de mis capacidades yo mismo te lo concederé – Continúo diciendo el encargado, mirando estremecido a la pequeña.

– Pero… No sé exactamente en que categoría entra la mía – Expresó la niña un poco confundida.

– Yo quiero poner una queja, pero como le explico... Mi queja es porque no me Amaron por igual, ¿Dónde la coloco? – Cuestionó apenada la pequeña.

– Mmm, es que no hay una categoría para eso. ¡Nadie había venido con una demanda tan tonta! – Respondió ironizando el oficinista al mismo instante que se arrepentía de haberle dicho tonta a la petición de la niña.

– Pues yo no considero tonto el hecho de que no me hayan Amado de manera recíproca, con la misma  intensidad que yo lo hice. Más bien creo que es muy triste y desalentador que esas cosas sucedan – Dijo la pequeña niña con voz entre cortada, entornando sus ojitos y llenándoseles de lagrimas.

En ese momento y al ver la reacción de la niña, el encargado se aproximó a ella y situándose en cuclillas a su altura, le dijo:

– Disculpa mi descortesía y levanta tu hermosa carita, no quise ser tan brusco al hablarte. Realmente lo siento pero tu queja no encaja en ninguna sección de este departamento –

– Entonces ¿Qué significa eso? – Preguntó consternada la pequeña mientras se secaba las lagrimas de la mejilla.

– ¿No podré poner mi queja? ¿Me voy a quedar aquí quedar sin haberla solucionado? – Volvió a exclamar la niña subiendo el volumen de su sollozante voz.

– Déjame pensar… Quizás haya una solución después de todo – Contestó el oficinista mucho más concentrado en el planteamiento del dilema.

– Mira, ven, se me ocurre que puedes dejarla aquí, en esta bóveda. Catalogáremos tu queja dentro del apartado de las tristezas. Por lo que denotas, me doy cuenta que te produce gran melancolía dicho pesar – Expresó entusiasmado el encargado mientras se aproximaba con la llave en mano.

– ¡Muchas gracias!, pero ¿Por qué las tienen apartadas del resto? – Arremetió la niña mientras intentaban abrir la gran puerta metálica que mantenía sellada la bóveda.

– Lo que pasa es que son tantas y cada vez llegan más, que tenemos darle un espacio especial para guardarlas y dependiendo del ritmo del trabajo irlas leyendo una a una. Comprenderás que vienes de un mundo donde las personas viven cada día más en deprimidas y en soledad – Argumentó el oficinista ya casi tirando de la chapa que no abría.

– Parece que esta atascada – Comentó la pequeña niña.

– Por lo visto se ha trabado de lo saturada que esta – Balbució el encargado entre dientes y sudando del esfuerzo que seguía haciendo.

La pequeña se quedó atónica, mirando fijamente la enorme puerta metálica que yacía frente ella y que no cedía por ninguna razón. Después de un instante regreso al mostrador de la entrada y tomó una hoja en blanco, comenzó a escribir rápidamente, casi como si las palabras se le fueran del pensamiento. Se cercó al mismo hombre que para ese entonces ya había claudicado en su afán de abrir la bóveda y le entregó el papel. Él, ya exhausto lo agarró y leyó con detenimiento…

“Por favor, tumbe esas paredes si es necesario y pónganse a trabajar para que ya no haya más pesares en la tierra… ¡Que mis lagrimas sean las últimas!”

– Es mi último Deseo – Concluyó resignada la niña, antes de salir de la dichosa oficina.

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