Me
resisto a tomar pastillas para el dolor de cabeza, lo cual es irónicamente
contradictorio para ser una hipocondríaca declarada. Tomo medicamentos para
casi todos mis males. Pero una parte de mi ser se resiste a consumir
analgésicos, hasta cierto punto disfruto del masoquismo de experimentar algún
dolor físico.
Pueril
actitud quizás, considerando que los propios médicos consideran que mi umbral
de dolor esta por encima de la media. Pero ¿Cómo se que algo duele suficiente
para quejarme? Desde pequeña aprendí a reprimir cualquier manifestación clínica
de alguna dolencia, desde raspones hasta dolores abdominales (cuyos desenlaces,
quienes me leen ya conocen aunque nunca he dicho el porque).
Recuerdo
una ocasión en mi infancia, antes de que tuviera conocimientos de anatomía y
fisiología que, manejando una bicicleta (la bici de mi hermano para ser
precisos, que por cierto era de mayor tamaño que la mía y con el cuadro recto) al pasar a alta velocidad un tope salí volando, di 2 vueltas en el aire y
caí sobre el áspero pavimento de la calle sobre la que circulaba (según
versiones del vecino y mi propio hermano que contemplaron mis hazañas
acrobáticas), el cuerno del volante se incrusto sobre mi cabeza y de esta
brotaba una descomunal cantidad de sangre, luego de unos segundos de quedar
inconsistente, me levanté y caminé hasta mi casa, entré a escondidas y me encerré en el baño a limpiarme; más preocupada porque mi mamá se percatara de mi accidente que del pensar que podía morir (como creía en ese momento
mientras veía asombrada como mi cabeza no dejaba de sangrar).
He
ahí la clave probable porque aprendí a soportar y no quejarme, miedo a ser
reprendida. Porque los accidentes “Nacen” no se “Hacen” (en palabras de mi papá
eso significa que todo efecto negativo es causado por uno mismo, es decir, uno
es culpable de lo que le pase, así sean accidentes y/o enfermedades). Eso y mi
eterno amor por la Coca-Cola, el mismo que tengo desde que me acuerdo tengo
memoria. Desde pequeña crecí con la consigna que si tomaba Coca-Cola no me
estuviera quejando porque me doliera la “pansa” y como a esa edad no se tiene
conocimientos de topografía abdominal, la “pansa” es equivalente a todo el
tronco.
Pero
bueno, luego de varios años, descubrí que después de cada enfermedad crítica (y por crítica me refiero a que sus signos y síntomas sean visibles) todos a mi alrededor me rendian pleitesía, desarrolle
mi gusto por las enfermedades, le tome cierto cariño a la “plancha” y cada
inyección la recibía gustosamente.
Todo
menos... ¡Pastillas para el dolor de cabeza!, bueno, no suelo sufrir de cefaleas,
pero después de aguantar 2 días de un constante y punzante dolor de cabeza,
cuya etiología se la atribuyo al calor infernal de la Costa Chiapaneca, decidí el día de hoy, comprar una caja de Cafiaspirina®, algo que supuse no tendría mayor efecto
secundario en mi, dado la cantidad de Coca-Cola y Café que tomo al día pero
¡No!... El malestar se fue, pero el espasmo en mi mano y una ansiedad generalizada
persisten ya varias horas después.
Es
por ello y mal-parafraseando un dicho: “Más vale mal conocido que por padecer”
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