“La
melancolía es la dicha de estar triste” cita textualmente la frase de un famoso
dramaturgo francés… Yo digo ¡Falacia!
Dichosa
yo, cuando beso y me besan, deleito un rico manjar o escucho mis canciones
favoritas. Personalmente he aprendido a vivir con una embargante tristeza pero
no por ello la disfruto.
Las
tristezas hacen buscar en nuestro interior las fortalezas que poseemos,
permiten replantearnos nuestras acciones y potencializan exponencialmente las
alegrías.
Plausible
aquel que puede dominar sus sentimientos y vivir con ahínco. Estereotipado
aquel ser humano que sucumbe por sus emociones. Lúgubre quien no posee la
fortaleza de sobrellevar los altibajos de la vida.
Axiomático
decir “el tiempo ayuda a sanar las heridas” pero si están son tan profundas
quizás (metafóricamente hablando) provoque que perezca parte de nuestra
esencia. Una fuerza vital, algo intangible que nos incapacite para volver al
plano de la realidad.
La
próxima vez que alguien me hable de tristezas al tiempo, de un futuro incierto o de juicios de razonamiento, juro que con una mano
en la cintura omitiré dar replica a algo de lo cual nadie experimenta en cabeza
ajena.
Formulas
en el área de la ciencias, el día que el “arte de amar” (no me refiero al libro
de Erich Fromm, que por cierto me causo letargo mental) se convierta en una de
ellas me vuelvo experta en la materia.
P.S. Adicta también a la música triste de piano...
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